viernes, 27 de junio de 2014

La FIFA tiene los dientes más grandes

 El castigo al futbolista Luis Suárez es desproporcionado e injusto si se lo compara con otros casos de agresiones más peligrosas. Una mancha más para la impresentable FIFA de Joseph Blatter




Fernando G. Toledo
@fernandogtoledo


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Hay algo que al comediante inglés John Oliver se le olvidó decir en su reciente y devastadora crítica contra la FIFA, el poderoso superorganismo internacional que organiza, cada cuatro años, el evento deportivo más atractivo de todos cuanto existen (la Copa de Fútbol). Si en su ácida y risueña diatriba el también actor denunciaba las prácticas espurias de la entidad que preside Joseph Blatter, olvidó subrayar un aspecto obsceno que ahora padece el jugador uruguayo Luis Suárez: la FIFA tiene, entre sus muchos brazos de poder, el de imponer justicia según sus propios reglamentos y con el inobjetable arbitrio de su propio tribunal.

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El polémico delantero uruguayo acaba de recibir una sanción que ha sido adjetivada como «durísima» por medios de todo el mundo, y cuesta no estar de acuerdo con tal consideración.
Los hechos previos a la sanción son conocidos, pero no viene mal recordarlos. En una jugada correspondiente al último partido de la primera fase de su grupo, el enfrentamiento entre las selecciones de Italia y de Uruguay (donde alista Suárez) vivió una incidencia de esas sobre las que se ensañan la magnífica televisación del Mundial que se juega en estos días en Brasil. En el área del equipo europeo, tras un breve forcejeo, el delantero celeste agredió al defensor Giorgio Chiellini con un mordisco a la altura de su omóplato izquierdo. El hecho pareció confuso hasta que las imágenes de la televisión develaron las acciones: según lo que puede verse, Luis Suárez asesta un rápido (pero sin dudas incisivo) mordiscón a la espalda de Chiellini, ante el que este reacciona arrojándose al suelo no sin antes defenderse con un codazo que no alcanzó a dar en el blanco (la propia boca de Suárez). El uruguayo reacciona rápidamente y también se arroja al suelo y se toca los incisivos centrales con gestos ampulosos, quizá para dar a entender que todo se había tratado de un accidente. Como el árbitro del partido no pudo ver el encontronazo, todo siguió sus carriles normales, a pesar de las enfáticas protestas de Chiellini, quien con el hombro al aire quería mostrarle al referí las marcas patentes de la dentellada.

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Todo lo que el árbitro no vio y todo lo que a los castigos de los 90 minutos escaparon correspondió, luego, al engolosinado trabajo de los directores de cámara y de televisación, que sumados a los medios de comunicación, diseccionaron las acciones de Suárez y elevaron a los cuatro vientos la pregunta latente: «¿Será sancionado de oficio?».
La respuesta vino días más tarde. En un hecho no por esperado, sorpresivo por la magnitud, la FIFA suspendió a Luis Suárez con un castigo pocas veces visto. Le impuso una suspensión de 9 partidos en los que tiene prohibido jugar en cualquier competición. Al mismo tiempo, le prohibió pisar siquiera cualquier predio en el que se esté desarrollando actividad alguna del Mundial de Fútbol, y de hecho le quitó la posibilidad de ver cualquier partido de fútbol oficial en los próximos meses. Por si esto fuera poco (y ya que una oportunidad económica jamás es despreciada por este organismo, aunque la manera de conseguir los réditos sea poco clara) lo conminó a pagar una multa de 100 mil francos suizos, que equivalen (miles más, miles menos) a unos 120 mil dólares.
La argumentación de la FIFA alude a su código disciplinario, que tiene una redacción tan ambigua que ciertamente uno no entiende por qué es uno sólo el futbolista sancionado: «agredir a otro jugador» y «haber cometido una ofensa contra la deportividad de otro jugador».

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Son muchos los aspectos a considerar. Primero que nada, que la FIFA tome las imágenes televisivas como única prueba para tamaña sanción, perjudicial para el jugador y para la Selección cuyos colores defiende. Es cierto que las imágenes ofrecen buen detalle de lo que pasó (y por las cuales el agresor bien merece un castigo), pero resulta increíble que el tribunal disciplinario no considere siquiera la posibilidad de hacer testificar a los futbolistas involucrados para saber, por ejemplo, si quizá la acción de Suárez no fue una reacción a una «ofensa contra su deportividad» previa de parte del italiano.
Por otra parte, y lo que es más grave, el antecedente que sienta la FIFA con esta sanción parece se volviera en contra de su propia capacidad para impartir justicia, si se tienen en cuenta antecedentes cercanos en el tiempo y otros un poco más antiguos.
Por ejemplo, no se comprende por qué la FIFA no tomó como prueba testimonial para impartir castigos, las imágenes que con la misma nitidez con que dejaron ver el comportamiento canino de Suárez, mostraron también las dotes de gladiador de Neymar, quien en el partido inaugural de esta competición, propinó un codazo calculado, artero y violento contra su rival de Croacia, Luka Modric. Si se tiene en cuenta el daño físico que puede provocar una agresión como la del talentoso delantero brasileño (por ejemplo, la rotura de la mandíbula del croata), la verdad es que no tiene comparación con la potencialmente menos dañina capacidad de lastimar que tiene un mordiscón, que puede aspirar a lo sumo a arrancar un pedazo de piel.

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Otra muestra de la desproporción de este castigo comparado con otros aparece si uno recuerda la patada propinada por el holandés Nigel de Jong al español Xabi Alonso (Mundial 2010), castigada sólo con una tarjeta amarilla. O, especialmente, el celebérrimo cabezazo que le dio el virtuoso francés Zinedine Zidane al defensor italiano Marco Materazzi, en la final del Mundial 2006. 
En estos últimos casos se exhibe más claramente la desproporción de la FIFA con respecto a Suárez: una patada como la de De Jong es capaz de quebrar el esternón. Un cabezazo como el de Zidane puede matar a la víctima, tal como aseveró en su momento uno de los más prestigiosos cardiólogos europeos, Francesco Furnanello. 
Sin embargo, mientras hoy la FIFA castiga al sudamericano Suárez con nueve fechas de suspensión y 100 mil francos suizos, ayer a Zidane le aplicó tres partidos y 7.500 francos. ¿Cuál es la razón para tamaña disparidad? ¿La «animalidad» supuesta de un mordisco por sobre un golpe con la cabeza o con el codo? ¿No debería hacer esa supuesta animalidad, al mismo tiempo, más inofensiva la agresión, y por tanto, menos peligrosa o, en otros términos, menos condenable?

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Cuando se habla en términos de justicia, la desproporción en penas para actos análogos es lo más parecido a la injusticia. La FIFA, mientras tanto, celebra un mundial vibrante y eso quizá ayude a que (excepto para Uruguay) todo se olvide rápidamente. Está claro por qué: no hay nada peor para las bestias gigantes que un pequeño animal sudamericano le muestre los dientes. Se sabe: el pez grande siempre se come al pequeño.

lunes, 16 de junio de 2014

Los cazadores cazados



Por Fernando G. Toledo

Quien quiera escribir una historia o quizás el guion para un culebrón estándar de esos que tapizan las mediatardes en la TV, ya tiene el argumento resonando en todos los medios.

En esta historia hay buenos y malos, aunque ninguno exagera. En esta historia hay poder y una moraleja: no hay que manipular veneno puesto que puede terminar uno mismo contaminado.
Esta historia tiene personajes concretos pero podríamos disimularlos, para que nuestro culebrón se inspire en hechos reales sin fijarse en uno particular.

Imaginemos a un periodista de chimentos, por ejemplo. O, a dos. Su tarea, exitosa y a veces ciertamente bien realizada (dentro de las reglas de juego de este espinoso ¿género periodístico?) consiste en ventilar cuestiones privadas de personajes públicos. Escandaletes y rencillas, discusiones, amoríos, embarazos no deseados, ataques de ira, hechos sin importancia que pueden ser magnificados: todo vale para narrar mientras los involucrados sean caras conocidas, en especial de la TV.

Nuesto guion muestra a esos periodistas implacables, temibles e impiadosos, haciendo su trabajo y ganando fama, ellos mismos, con su labor. Pero en un vuelco de la trama, casi al mismo tiempo, ambos «villanos» se ven obligados a beber de su propia medicina. Acostumbrados a tratar la vida de otros casi como un juego de ficción, sienten en su propio pellejo lo que significa que sus vidas se conviertan en la comidilla de los chismes. Uno puede haber roto con su novia por una truculenta infidelidad, el otro puede haber tenido un hijo extramatrimonial.

Pero podemos hacer que esta aventura no tenga un final edulcorado, sino realista (o «rialista»). En definitiva, ellos son los principales propaladores de estas noticias. Ellos reciben una lección implacable, pero no la aprenden. Y todo sigue siendo igual, como en Ciudad Gótica (quizá sea apropiado el símil): un lugar donde, después de que Batman ha ganado una batalla, simplemente debe prepararse para la guerra que viene. Porque abundan los villanos.