jueves, 23 de julio de 2015

La roja estocada de King Crimson


© Fernando G. Toledo 

King Crimson ya era una banda mayúscula cuando, en 1974, Red salió a la calle. Con su debut (In The Court Of Crimson King), el grupo londinense se había ganado un lugar en la inmortalidad, pero sus aportes continuaron con una seguidilla impresionante de piezas maestras.

Versátil como pocos, el guitarrista Robert Fripp (alma máter del grupo) soportó el recambio constante de las formaciones y ahora tenía a su lado al cantante y bajista John Wetton y al ex baterista de Yes Bill Bruford, quienes junto al violinista David Cross y ocasionales invitados habían grabado dos placas fundamentales como Lark’s Tongues In Aspic y Starless and Bible Black. Pero de pronto, y mientras más afiatada sonaba esta formación, Fripp se decide a dar un golpe de timón: reduce el grupo a un power-trío, pone a Cross como convidado y convoca a algunos músicos de discos anteriores para dar una estocada última antes de disolver el grupo. El final no sería tal, claro (seis años más tardes, King Crimson volvió al ruedo), pero Red acabó siendo un disco extraordinario, con cinco composiciones que engalanaron una discografía admirable y que todavía hoy encandila con su brillo.

Repasar el disco en palabras es una delicia y, a la vez, una injusticia. Pero el esfuerzo vale la pena. El instrumental Red abre el fuego, y para hacer honor al color, resulta una pista «incendiaria»: hay algo de bramido en la guitarra de Fripp, en el bajo de Wetton. Hay color y potencia en la batería múltiple de Bruford, y hasta en los violines que multiplica el ronco Mellotron (¿a cargo de David Cross?). Que algunos vean aquí algo del grunge que 20 años más tarde llevaría a la fama a los grupos de Seattle no es extraño si se atiende exclusivamente a esa potencia sonora que Red despliega, pero hay que decir que aquí no hay gestos ni muecas, no hay bravuconadas. Hay sólo genio.

Después de tanta intensidad, Fallen Angel (que amenaza en el preludio a seguir la posta del tema antecedente), ofrece un cálido reposo. Se trata de una balada más cercana a las de Lark’s Tongues… También acá Wetton se deja ver no sólo como un cantante vigoroso y dotado, sino también como un sutil ejecutante del bajo. La banda recupera en esta canción los vientos de Ian McDonald y Mel Collins, dos «ex» . Sus saxos, más el oboe de Robin Miller (y al final, la trompeta de Marc Charig) se ubican por detrás de la voz del cantante, en ocasiones, y del solo de Fripp en otras, pero recrean una pared melódica que le da peso específico a un tema cuya lírica de Palmer-James (mucho menos inspirada que la de Peter Sinfield, el letrista anterior) le canta a un pandillero de Nueva York.

One More Red Nightmare reedita el furor de la primera pista. Ritmo, unas bases endemoniadas y una penetrante guitarra eléctrica hacen de ésta una canción imposible de desatender. Pero lo que tiene de sensual no hace mella en su riqueza interna. En el intermezzo, por ejemplo propone un rico punteo de guitarra que el saxo de Collins sazona con pasión.

Providence continúa la línea del tema Lark’s Tongues In Aspic Part 1 y, también, la pertenencia de la música crimsoniana al universo de la música culta. Siguiendo cierto expresionismo propio de Stravinsky, Bartók y con algo de la atonalidad de Schönberg, este tema (que no desecha la improvisación) no se parece en nada al resto de los títulos. Comienza con el violín de David Cross que va y viene, mientras invita al resto de los instrumentos (bajo, saxos, batería, teclados y guitarras) a sumarse a la juerga. Son ocho minutos notables y desafiantes, que bien podrían estar firmados por un Luigi Nono o un György Kurtág, por nombrar sólo a dos compositores destacados del siglo anterior.

Luego, el final del disco termina siendo apoteótico: Starless, quizá la más bella de las canciones de Crimson, podría ser una simple balada. Comienza con un misterioso tapizado de Mellotron sobre el que Fripp pone de inmediato la melodía principal con su guitarra mágica. Pero luego de que Wetton, Fripp desarrollan el tema viene un impresionante crescendo que da cabida a todos los instrumentistas del álbum, en cuatro minutos magníficos tanto melódica como interpretativamente. Tras el vendaval, el reposo baladístico retorna y se repite, como se repite la frase del estribillo que alude al título del álbum precedente del grupo, «Starless and Bible Black».

Si Starless clausura tanto el álbum como esta formación legendaria de King Crimson, es por contrapartida mucho más lo que se abre después de este disco. Es que Red caló hondo en las bandas progresivas y en el rock todo, y resultó germen para numerosos grupos cuya enumeración demandaría más que una simple página. Si el disco fue considerado en los ’70 una pieza maestra, hoy no les menos. El tiempo en este caso le ha agregado dos virtudes: a 30 años de su edición, Red suena todavía actual, y además, imprescindible.

Publicado en la columna Oído fino, en Diario Uno de Mendoza (2005)



viernes, 3 de julio de 2015

Por las arenas de una obra genial


Por Fernando G. Toledo

En 1965 el estadounidense Frank J. Herbert, periodista, fotógrafo en la Segunda Guerra Mundial y estudiante irregular en algunas clases de literatura universitaria, publica la novela Dune.
La carrera literaria de este autor era incipiente: unos pocos relatos sueltos y una novela psicológica, The dragon in the sea (1956), que originalmente había aparecido por entregas en la revista Astounding.

Pero la edición de Dune –primero en dos partes y luego como novela integral– cambiaría no sólo la vida del propio Herbert, por el éxito comercial y la catarata de premios que le representó: también iba a torcer el rumbo de la literatura de este género. Tanto que hoy en día se la puede considerar, sin ambages, como la mejor novela de ciencia ficción de todos los tiempos.

Dune se parece a algunas obras maestras del género y, al mismo tiempo, es distinta y original. Revisa tópicos de la ciencia ficción, pero también los expande con un trazado magnífico, el de la pluma de Herbert, que aún hoy asombra.

No es el único mérito de Dune el ofrecer una historia notable, aunque la tenga. El argumento apenas puede ser enunciado, pero difícilmente hacerle honor con un resumen. Un intento podría decir que el libro se ubica en un futuro lejano (unos dos mil siglos adelante), y nos muestra el momento en que la raza humana se ha dispersado por el cosmos.

El duque Leto Atreides, enviado por el emperador Shaddam IV, llega a tomar posesión de Arrakis, también conocido como Dune: un planeta desértico y hostil, donde el agua es exigua, pero que cuenta con el bien más preciado del universo: la «especia», algo así como una droga que se utiliza para múltiples fines, entre ellos para «expandir la conciencia». Pero Leto es traicionado por el imperio y por el barón Harkonnen, Y es asesinado.

Paul, el joven hijo de Leto, es quien debe encargarse entonces de vengar a su padre y tomar posesión del gobierno. Pero Paul no es un hombre común: es hijo de una Bene Gesserit (una bruja), y las profecías de Arrakis indican que es el mesías que los salvará y le permitirá al planeta cumplir el viejo sueño de tener agua fluyendo por sus tierras.

Con un ritmo narrativo inclaudicable, Herbert nos lleva a atravesar la complejidad del universo que ha pensado para lo que iba a terminar siendo una larga saga. Mas, no contento con las situaciones, las acciones, los conflictos y la elaboración de personajes, el autor traza además una galería apabullante de maquinarias, castas, tradiciones, lenguas, instrumentos musicales, sistemas ecológicos, criaturas y religiones que parecen abrirse página a página como un juego de cajas chinas.

Ese diseño de un universo propio (que tiene ganado el mote de «Universo Dune») es el que soporta las reflexiones que mueven a Herbert a escribir esta obra maestra.
Francesca Annis, Kyle McLachlan y Frank Herbert.
La primera tiene que ver con su preocupación ecológica. En Arrakis, la falta de agua y, al mismo tiempo, la abundancia de especia juegan una sutil paradoja: el agua es para los nativos de Dune –los Fremen, un juego de palabras que se traduciría como «los libres»– es lo más valioso que puedan imaginar, pero al mismo tiempo son los gusanos gigantes que sólo existen en ese planeta los que producen la preciada especia. Cómo se gana o se cede poder a partir de esa dialéctica mueve buena parte de los hilos de los personajes.

Pero, por otra parte, la indagación sobre el poder fanático de las religiones, y sobre el peligro de contar con un «mesías», o un «superhéroe» también preocupa a Herbert, quien ve –como lo vislumbra el propio protagonista, Paul–, que cuando la humanidad cuenta con un ser superior, la yijad (guerra santa) es inevitable.

Las páginas de Dune llevan al lector a imbuirse de esa arquitectura portentosa diseñada por Herbert, capítulo a capítulo (mientras un paratexto, las poéticas citas de diversos textos imaginarios, nos introduce a cada uno de ellos), hasta tal extremo que los lectores parecen tomar en sus ojos el color azulino de los Fremen, el color característico del consumo frecuente de especia. En cierto modo así es: Dune es una sustancia hecha de palabras que, también, modifica nuestra conciencia.

viernes, 6 de marzo de 2015

«Hacer shows es como hacer el amor con la gente»

Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur: los Illya Kuryaki, después de la conferencia.
(Foto: gentileza Municipalidad de Mendoza)


Illya Kuryaki and the Valderramas toca esta noche en la Plaza Independencia, a las 22.30, justo después de la Vía Blanca. La entrada es libre y gratuita y como teloneros actuarán los locales Usted Señálemelo. Antes del show, contaron sus expectativas sobre el que será el último show de la gira de Chances. 

por Fernando G. Toledo

En la plaza Independencia el calor es intenso y el aire que se respira es escaso: hay oxígeno, nitrógeno y caos en él. Nada extraño para un mediodía previo a la Vía Blanca, la víspera de la Fiesta de la Vendimia. Hay gente, mucha gente por todos lados, autos hasta en la Peatonal y cámaras de fotos colgadas de muchos cuellos. Y hay turistas que rondan por todas partes, y algunos hasta quieren entrar al Museo de Arte Moderno aunque el cartel diga claramente, en versión bilingüe, que está «cerrado por refacciones». Cerrado, pero no tanto: allí es donde la conferencia de prensa de Illya Kuryaki and The Valderramas (IKV) está prevista y a la que el puñado de periodistas ha arribado para sacar algo más de jugo al dúo que ya ha convertido sus visitas en una constante desde que regresaron al ruedo. Ese regreso, simbolizado en el disco Chances (2012), produjo todo lo que esperaban Emmanuel Horvilleur y Dante Spinetta: es decir, corroborar que lo que el grupo había aportado desde sus inicios en los primeros ’90, con su vendaval de rap, de funk y de hip hop, seguía candente en muchos que querían volver a verlos juntos.

Así de juntos llegan, como si nada, a la mesa desde la que responderán las preguntas con ese estilo tan calmo, inteligente y fresco que siempre han tenido cuando se les ha propuesto hablar de su propia música. Eso es algo que viven de manera intensa. Da lo mismo si van a someterse a la conferencia de prensa o van a saltar al escenario (como lo harán esta noche, en un lugar que ahora queda encima de nuestras cabezas): tanta es la energía que llevan, y que saben cómo destilar. Se nota, por ejemplo, en Emmanuel, que ni bien se sienta comienza a repetir con sus manos, en una improvisada percusión, el ritmo que le da vueltas en la cabeza, ahora que sus cabezas están alertas en medio de la grabación de su nuevo disco. Ese ritmo –que si fuera por él seguiría tocando, quizá para invitar a Dante a hacer lo propio– se interrumpe sin embargo con la primera pregunta.

–Desde la reunión de Illya Kuryaki, la banda ha tocado ya dos veces en Mendoza, es decir,  ha dado la misma cantidad de recitales aquí que en toda la primera etapa. ¿Cómo han pensado el repertorio para este show en la Plaza Independencia?

–Dante Spinetta:  Bueno, para empezar Mendoza ha terminado siendo uno de los lugares más importantes de la gira que pensamos para presentar el disco Chances. Se junta aquí una energía tremenda. Y es especial el show de la plaza porque es el último de esa gira, y el último que haremos antes de grabar el nuevo disco. Es decir, puede que toquemos alguna vez más, pero vamos dar por terminada esa gira para dedicarnos al nuevo material. Esta vez vuelve a estar con nosotros DJ Saga, que ya nos acompañó en el show del Le Parc. Va a ser para nosotros va a ser una fiesta. Y como sabemos que en sí la Fiesta de la Vendimia es muy importante para Mendoza y es la primera vez que nos toca estar en esta época, esperamos disfrutarla mucho.

IKV, en el encuentro con la prensa.
(Foto: Municipalidad de Mendoza)
–¿Prevén quedarse al Acto Central?
–Emmanuel Horvilleur: Yo a esa posibilidad la estaba barajando. Abarajando, más bien (risa). ¿Vieron esas invitaciones que surgen de algunas bodegas, muy tentadoras por cierto? He tenido algunas. No he terminado de organizarme, y tengo que estar en Buenos Aires. Es muy interesante esa movida en la que se combinan las bodegas con lo que puede ofrecer la música y hay bodegas jóvenes que están en esa línea. Por ese lado me han llegado distintas invitaciones, re tentadores.

–Hace ya casi cuatro años que regresaron. ¿Cómo se sienten como banda?

–DS: Estamos en un muy buen momento. Ya pasó la tensión de la vuelta. Ya somos una banda que está. Cuando arrancamos con IKV sabíamos que teníamos por delante al menos dos proyectos discográficos, Chances y el disco en vivo. Después, íbamos a ver cómo había resultado. Y todo ha ido también que hemos tomado la decisión de seguir, y por eso estamos grabando un nuevo disco. Está abierto a que pase lo que tenga que pasar. Estamos en el mejor momento musical para hacer el mejor disco que podamos. Nuestro Norte está puesto en ese disco, porque de él se desprenden los shows, la imaginería, la estética, los vestuarios, las giras. Ayer (jueves) fue el primer día de grabación oficial. Grabamos una participación para un disco de los amigos chilenos de Los Tetas y para un rapero argentino, Sergio Sandoval. Arrancamos con eso y luego hicimos un par de temas nuestros. Lo que salió está buenísimo, así que toda nuestra cabeza está puesta en eso.

–Fue un gran show el que dieron en diciembre en la Fiesta de la Cerveza. ¿Eso tiene que ver con el entendimiento que han conseguido como banda?

–DS: Hay un código en común después de tantos años de amistad y de escenario, y no sólo entre nosotros, sino con el resto de la banda. Somos todos cómplices. Cada uno cumple su función y todos ponemos todo encima del escenario. El show de la Fiesta de la Cerveza fue increíble. Yo me acuerdo de que me clavé un choripán antes del show. Y… estaba muy rico, pero no fue una buena idea. ¿A quíen se le ocurre?
–EH: Fue medio Pavarotti la idea (risas).

–¿Tiene que ver ese buen show que dieron con la decisión de cerrar la gira de Chances en Mendoza?
–EH: Es esa clase de coincidencias que dicen mucho. El otro día nuestro manager compartió una foto en la que estábamos en Mendoza de cuando hicimos el recital en el Le Parc, y ese fue un show que nos sorprendió mucho también. Fue muy fuerte para nosotros, y sirvió para potenciar lo que habíamos hecho en los ’90. En aquellos años tocamos en Mendoza: vinimos en la gira del Nuevo Rock Argentino y después tocamos en el estadio Pacífico, con un show muy recordado en el que se cortó la luz como cuatro veces y tuvimos que cantar Chaco a capella. Pero el show del Le Parc y el de la Fiesta de la Cerveza fueron muy buenos. Este último recuerdo que no lo queríamos hacer. Veníamos de una gira de México, una gira que nos sacó 10 días de concentración que nos habíamos propuesto para un show muy importante que queríamos dar en el Luna Park. Pero surgió la posibilidad de tocar en Godoy Cruz, que aunque era muy importante, era a dos días del show en el Luna Park. Era muy jugado, podía haber problemas con los vuelos y llegar muy sobre la hora. Pero fue un show increíble para nosotros también, con mucha energía. Es la energía que se nos cargó para llegar a Buenos Aires y hacer el toque en el Luna Park con todo. A veces las cosas salen muy bien.

–¿La idea es repetir en la plaza Independencia ese show o cada uno tiene su diferencia?
–DS: Hacemos una lista bastante similar de temas, pero cada show tiene su energía. Nosotros vemos a los shows como hacer el amor con la gente. Y necesitamos la respuesta del público para saber cómo seguir. Tenemos un mapa, pero también la cuestión se va moviendo según lo que está pasando. De eso depende de que el show sea mejor o no, más largo. Tenemos una manera de… hacer acabar a la gente (risas), para seguir con la temática sexual, pero hay shows en los que… uno no acaba. Hay ciudades que no tienen puntos erógenos…





Las chances después de Chances
La portada del (hasta ahora) último disco de estudio de IKV.

El proceso creativo de Dante y Emmanuel tiene sus misterios. O, más bien, es un halo romántico el que prefieren mantener sobre los procesos de composición, de arreglos, de interpretación y de grabación. El estudio se convierte así en un verdadero laboratorio sonoro en el que estallan las ideas y las estéticas y es allí donde se conforma el estilo musical de las canciones. Al menos, eso se desprende de lo que cuenta Horvilleur de cómo va la grabación del sucesor de Chances. 

–¿Saben qué dirección estética tendrá ese disco?

–EH: Hay muchas direcciones posibles. Para eso está el trabajo en estudio, para abrir caminos. Y a la vez aparecen muchos «subcaminos». Arrancamos con algunas canciones y nos dan ganas de hacer eso: traer ideas por separado y ver qué piensa el otro. El estudio es un lugar que da para muchas cosas. Tal vez se llega con una canción que uno concibió en soledad, de una manera, y al mostrársela al otro llega un aporte que lo cambia todo, o no, todo queda así, pero se confirma en el estudio. Musicalmente creo que Chances fue diferente a lo que habíamos hecho antes, y contenía la influencia de los primeros 10 años, y nos movimos a terrenos nuevos donde anduvimos muy cómodos. Creo que desde ese lugar, desde esa experimentación, y desde todo lo que se sumó a la banda con los shows y las giras, estamos en un muy buen lugar de partida para un nuevo disco.