sábado, 9 de octubre de 2021

Al arrullo de Jon Anderson


 

El talentoso músico se presentó el domingo en el Teatro Plaza de Godoy Cruz. La voz de Yes cantó canciones de sus 50 años de trayectoria.

por Fernando G. Toledo

Se puede comenzar de manera convencional esta reseña y decir, por ejemplo: «Jon Anderson ofreció un concierto rebosante de belleza el domingo, en su primera presentación en Mendoza». Recordar que fue una actuación en solitario, con la sola compañía de unas guitarras, un ukelele, un extraño instrumento chino y un teclado. Poner al margen que se completó así el círculo de Yes, tras la actuación de la banda, sin su voz, en 2010. Dar cuenta de que Jon Anderson está pleno aun cuando sobrevivió a un ataque de asma que lo puso en 2008 al borde de la muerte.

Pero no. Un recital como el del domingo, en el teatro Plaza de Godoy Cruz, merece otra cosa, porque el de Jon Anderson no fue un recital convencional. Fue algo tan íntimo y cercano que pareció que nos hablaba en la cara, a cada uno de los 700 allí presentes. Así que lo menos que merece es que le hablemos a él.

Y lo que hiciste, entonces, Jon, no fue visitar por primera vez «the city of trees» («la ciudad de los árboles»), como le llamaste a Mendoza. Lo que hiciste fue invitarnos al living de tu casa, una casa imaginaria pero allí visible. Y en el living de su casa uno no tiene la parafernalia propia de una banda de rock paradigmática, como Yes por ejemplo. Uno tiene unas guitarras, quizá un ukelele y algún extraño instrumento chino recolectado en tantos viajes (una especie de guitarra reducida de tres cuerdas) y, a lo sumo, un teclado. Y tiene la voz, tu voz Jon, que no es una voz cualquiera, sino esa voz que, de existir los ángeles, envidiarían tu garganta.

Y empezaste a cantarnos. A cantarnos esas canciones que ya no tienen tiempo y por eso no tiene sentido ordenarlas por antigüedad. Da lo mismo si es Your is no Disgrace Sweet Dreams de Yes, o One love de ¡Bob Marley! Importa poco si luego, con un instrumento chino del que ya has olvidado el nombre, repasaste Flight of the Moorglade, de tu primer disco solista.

Sabemos que no estás para virtuosismos instrumentales. Que estás en tu casa, claro, y las canciones van saliendo con la compañía de modestos rasguidos y, sin embargo, esto provoca un efecto por todos bienvenido: que tu voz llena todo el aire que nos rodea, tu voz, que sigue tan perfecta como hace 10, 20, 30, 40 o, sí, 50 años. Tu voz que parece un trino, un arpa, un gorjeo, algo que nos cuesta creer que sea posible.

También nos parece que así, con este concierto íntimo y desenchufado, nos estás permitiendo asistir a algo más. Podemos oír, como en un descubrimiento, cómo nacieron esas canciones maravillosas y complejas que llenaron algunos de los mejores álbumes de Yes. Nacieron así, con ese tarareo, sin florilegios ni grandes arreglos, sino como melodías que iban saliendo por tu garganta.

Pero también hay un obsequio de tu parte, y es tu humor. Se muestra a pleno cuando, al presentarnos una de las canciones que grabaste en tu disco a dúo con Vangelis (Find my way home), nos recordás sobre el músico griego que es aquel que compuso Carrozas de fuego, e hizo mucho dinero con eso… y que cuando había que convencerlo para que fuera a un programa de TV simplemente bastaba con recordarle que había dinero de por medio.

Qué bueno que en este living imaginario, Jon, sea posible que incluso los más exigentes seguidores de tu carrera, que siempre miraron con desconfianza la etapa comercial de la banda, canten sin embargo, ya desenfadados o hechizados por tu voz, el tema emblemático de esa etapa: Owner of a Lonely Heart. Claro que, como viene rodeado de Starship Trooper o America (de Paul Simon, y que ya habías grabado con Yes), es difícil poner reparos.

Tampoco hay reparos cuando vas al piano, Jon. Estás muy lejos de tu amigo Rick Wakeman, claro, pero no te importa: «Sólo toco con las teclas blancas… es más fácil», broméas, y nada importa porque, justo allí, empiezan a sonar las obras maestras de tu etapa con Yes: Close to the Edge (¡nada menos!), Heart of the Sunrise o The Revealing Science of God, mezcladas con Marry me again.

Y al final, Jon, qué podemos decir, si, ukelele en mano, vienen You got the light, Nous sommes du soleil o tu versión de A day in the life, de Los Beatles. Y, a propósito de esto, llegan tus anécdotas sobre tu inserción en la música, sobre Robert Plant y Joe Cocker, y tu homenaje a esos momentos con tu canción Tony and me, y el tributo a Lennon que combina su Give peace a chance y tu Your move.

En fin, Jon Anderson, toda esa seguidilla final soñada (Soon, Roundabout, I’ve seen all good people, Wondrous Stories), no hace más que decirnos a nosotros mismos que, ciertamente, es poco lo que un aplauso puede devolverte. Cuando, a poco de cantar Give love each day has dicho que «dar es estar vivo», nos has dejado sin palabras. Nos has dado canciones magníficas Jon, y nos las has cantado al oído. Recibir también es estar vivo, Jon, más vivo si es al arrullo de tu voz. Así que gracias. Gracias por darnos tu música.