jueves, 25 de noviembre de 2021

El héroe perfecto




Corazón valiente (Braveheart), EE.UU. 1994. Dirección: Mel Gibson. Producción: Mel Gibson, Alan Ladd Jr. y Bruce Davey. Guión: Randall Wallace. Fotografía: John Toll Asc. Diseño de producción: Tom Sanders. Música: James Horner. Intérpretes: Mel Gibson, Sophie Marceau, Patrick McGoohan, y elenco.

por Fernando G. Toledo

Con Corazón valiente prepárense para ver de todo: lo épico y lo romántico, lo sangriento y y lo dramático, lo histórico y lo mítico, lo vertiginoso y lo quieto... Y el que quiera, puede perder de nuevo la partida ante Mel Gibson. Si ya este hombre había sorprendido con la dirección de El hombre sin rostro, lo hará de nuevo, pero esta vez con las dimensiones que un drama de estas características puede tener. De nada servirá que uno vaya, preparado, con los pantalones mejor ajustados: en la escena más difícil, las faldas de estos escoceses pueden echar por tierra cualquier descalificación tajante y hasta arrancar del más escéptico un “ta’ bien”.

Braveheart (según su título original) da cuenta de que el australiano es valiente también fuera de sus papeles. Encarar una producción de estas características, realizarla muy dignamente y además brindarles un pronóstico favorable a los dramas épicos –similar al que les llegó a los westerns después de Danza con lobos y Los imperdonables– no es poco para un actor por el que pocos apostaban en estos rumbos.

El guionista Randall Wallace (sin parentescos con el valiente) rescata la leyenda a un héroe escocés de de los siglos XIII y XVI, que luchó contra el rey Eduardo Zanquilargo por la libertad de Escocia. De William Wallace se conservó en la memoria un héroe impecable y en eso se inspira el filme. Por tal caso, las debilidades tienen alicientes: los flancos –el principio y el fin de la vida de Wallace– se muestran un tanto lustraditos y, lo peor, previsibles (sin embargo, la la leyenda hubiera sido más traicionada con una exploración menos impecable del héroe); el tratamiento hacia hacia algunos personajes es bastante irrespetuoso y Gibson –con algunas ideas chapadas a la antigua– peca de prejuicioso (sin embargo, seguramente el trato a los homosexuales de la época no distaba mucho de éste, a pesar de que esta excusa se contradiga con la excusa anterior), y así. Por todo eso, a la vez, los puntos fuertes son el nervio de la película. Las pizcas de humor, la mejor actuación recostada sobre el más malvado, la demás coyunturas son impecables. 

Y lo mejor poco puede decirse de las batallas escoceses versus ingleses que no suene a poco ante la espectacularidad de como se muestran. Ayudado por el cinemascope, Mel Gibson consigue imágenes, acción y suspenso estremecedores. Presenciar estas escenas es como meterse en el medio justito del de las lanzas, y esto que choque de las sirva de advertencia para los que se impresionan fácilmente, porque la butaca del cine puede correr peligro.

Wallace es el héroe perfecto: enamorado, y fiel, y amante de la libertad (concepto un tanto moderno para poner ponerlo en boca de un personaje tan antiguo, pero en fin...). Es un héroe al que sólo la deshonestidad, en sus múltiples formas, puede vencerlo. porque en en su cabeza o en su corazón tal deshonestidad no cabe. Es un héroe buenísimo, bah. Y cuidado con él, prevenidos y prejuiciosos. Que desde allá arriba, en la pantalla y de la mano de Mel Gibson, el escocés puede hacerle jugar una mala pasada a nuestro escepticismo si no sabemos apreciar sus triunfos.


Publicada en Diario Uno el 10 de septiembre de 1995

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