Corría setiembre de 1997 cuando salía a la luz en Buenos Aires el Anuario teatral argentino, una publicación que daba cuenta de la actividad teatral desarrollada durante el año anterior en todo el territorio del país.
Dicho libro incluía una recopilación muy ilustrativa de todas las obras estrenadas en cada provincia y ubicaba a éstas según un orden cuantitativo decreciente a partir de las que más obras habían estrenado.
En dicho anuario Mendoza aparecía en segundo lugar: es decir, era la provincia con mayor actividad después de la Ciudad de Buenos Aires. Y muy por encima de las que le seguían.
Ese Anuario teatral argentino no hacía más que poner sobre papel lo que fue un momento de esplendor de nuestro teatro, un esplendor no necesariamente económico pero sí de desarrollo creativo, motorizado sobre todo por dos elencos que acaparaban elogios y premios: Cajamarca y Viceversa.
Pero uno de los datos llamativos era que, por entonces, esos mismos elencos no contaban con una sala propia sino, a lo sumo, con el sueño de tenerla. Esa supuesta carencia, que los llevaba o bien a alquilar o a improvisar sus puestas en lugares no convencionales (casas, galpones, galerías, el hall de algún edificio, las escaleras de la Escuela de Música) no minaba, al parecer, su desarrollo artístico.
¿Cómo encuentra este 2010 al teatro mendocino? Pues, para los elencos independientes, el presente es ciertamente oscuro, brumoso, decepcionante.
Por un lado, es difícil medir el desarrollo de nuestro teatro frente al de otras provincias sin un trabajo como el de aquel anuario que permita vislumbrar claramente las realidades particulares.
Pero lo que sí es cierto es que varios de esos elencos, sin sitio propio en aquellos años, consiguieron más tarde su lugar. Sin embargo, ello no se tradujo directamente en más y mejores obras, en puestas más innovadoras. Al contrario, el teatro comenzó a dispersarse con un gran desarrollo de funciones en bares y pubs, con nuevos elencos sin salas que comenzaban a mover por la fuerza de sus puestas, y no de sus paredes, la escena local.
Como contrapartida, los grupos que ya tenían su sala padecían los problemas que representa poseer un lugar al que hay que mantener, en el que hay que pagar impuestos, hacerle instalaciones, preservar la seguridad y tantas cosas que, acaso, les hacen «gastar energías» que antes usaban en el esfuerzo creativo y no en el prosaico andar de los problemas cotidianos.
Por eso es que grupos como La Libélula, Ubriaco, Dos Huérfanos, Los Toritos, Crack o los elencos diversos de Ariel Blasco han dado tan buenas obras en este tiempo, preocupados quizás en dónde ponerlas, pero sin cargar con problemas tan graves como los que esta semana sufrió Viceversa (quien aduce una estafa que los dejó en la calle), los que padeció el grupo Trinidad Guevara a principios de este 2010 (ya cerraron) o los que se le avecinan a Argonautas (parece que tiene las horas contadas).
Es cierto que Cajamarca y El Taller aún resisten y que Juan Comotti (hijo de Cristóbal Arnold) se atrevió a abrir una en Godoy Cruz, pero la paradoja es que el «sueño de la sala propia» se ha convertido para los elencos locales en una pesadilla.
Pesadilla que se suma a la desaparición generalizada de salas oficiales y que tornan cualquier promesa, por ahora, en palabras vacías.
Se dice que Walter Neira, el mismo que dirigió dos Vendimias y puso al teatro local en lo alto durante mucho tiempo, habría dicho que después de esto se retira de la dirección. Lamentablemente esa promesa suena más coherente en este presente pesadillesco.
Fernando G. Toledo
No hay comentarios:
Publicar un comentario