Mr. Satie at the piano, por Nick Cudworth |
Un dandy francés borró los límites entre la genialidad y la locura, y compuso “la música del futuro”.
El
hombre, elegante y circunspecto, llegó al cabaret Le Chat Noir como un cónsul a
una embajada. Aspiraba a convertirse en músico del lugar, pero presentarse como
“pianista” era explicar muy poco. Así que estrechó la mano al dueño del lugar y
dijo de sí mismo: “Soy Erik Satie, gimnopedista”. “Es en verdad una hermosa
profesión, mi señor”, respondió el propietario, con pareja gravedad.
Satie
había nacido en Honfleur en 1866 y las primeras piezas para piano que de él se
conocen las escribió a los 18 años. Por entonces ya era un personaje
extravagante y curioso, inclasificable para cualquiera que deseara trazar el
límite entre la genialidad y la locura. Llamarse a sí mismo “gimnopedista” –en
alusión a sus tres composiciones para piano más famosas: las Gymnopédies–, era
casi un gesto de recato para quien supo escribir obras que se adelantaron en
casi un siglo a la música minimalista, obras que titulaba con nombres
ridículos, que provocaron funciones escandalosas –con sillazos y golpes de puño
entre asistentes defensores y detractores– o que, simplemente, provocan el
mismo efecto de la hipnosis a poco de escuchar cualquiera de ellas.
Si
uno lo piensa bien, no hay nada en la vida de Satie que haya sido una pose.
Vivió del mismo modo que compuso las inolvidables Gnossiennes, sus tres
ballets, sus canciones. Pero nos falta saber si fue así porque estaba
convencido de esa identificación entre el arte y la vida o sólo porque no podía
hacer otra cosa.
Satie
fue un dandy en la París de los dandies con el fin de burlarse de todos ellos.
Por eso mismo es que ante la alta sociedad y la crítica oficial no pasaba de
ser un pianista de cabaret, pero para quienes podían avizorar que él estaba
escribiendo la música del futuro, sus gestos y su andar eran sencillamente
anacrónicos, es decir, también adelantados a su época. Así que a nadie podía
extrañar que de pronto, este ironista y enemigo de las instituciones, se dijera
miembro de una sociedad secreta (los Rosa Cruz), o que le propusiera matrimonio
a la única mujer que amó, o de golpe ingresara a estudiar a un Conservatorio
cuando eran los académicos quienes lo despreciaban.
Autorretrato. |
Mientras
sus colegas Debussy, Ravel, Auric, Honegger o Milhaud se rendían a sus pies;
mientras pintores como Picasso y Picabia o escritores como Jean Cocteau lo
alababan públicamente, Satie no dejaba ni de componer ni de observar todo con
cierta condescendencia. Aunque está claro que no era insensible: cuando el
crítico Jean Poueigh denostó el ballet Parade, nuestro compositor le devolvió
la gentileza con una postal que decía: “Señor, usted sólo es un culo; pero un
culo sin música”. No es díficil comprender que a Poueigh le haya parecido
inadmisible escuchar que, en ese ballet, Satie le agregaba a la orquesta
convencional cosas tan extrañas como un revólver disparado en escena, una
máquina de escribir, dos bocinas de barco o botellas llenas de agua…
El
misterio y la excentricidad acompañaron a Satie como su galera o sus frases
sorprendentes. Cocteau contaba que recibía, tarde a tarde, la visita del
músico, quien se quedaba siempre con su abrigo puesto “los guantes, el sombrero
inclinado sobre sus anteojos, y con el paraguas siempre en la mano”.
Pero
hubo un lugar común del que no pudo escapar el gimnopedista Satie, y fue de la
muerte. Así, el 1 de julio de 1925 su cuerpo, al que poco atendía más que en su
aspecto exterior, se rindió ante el alcohol y la escualidez. Fue en ese momento
que sus amigos entraron, por primera vez, al minúsculo departamento que
ocupaba desde hacía casi 30 años en Ancueil. Lo que encontraron fue propio de
Satie, sorprendente y misterioso como él: polvo, mucho polvo; pilas de
partituras con obras inéditas; cartas que jamás abrió; dos pianos unidos por
las pedaleras y apenas usados; 100 paraguas; 20 trajes verdes; dibujos de seres
y lugares imaginarios y unos cuatro mil rectángulos de papel recortados
cuidadosamente. Y en uno de ellos, la siguiente frase: “Me llamo Erik Satie,
como todo el mundo”.
Otros de mis artículos sobre Satie:
El dadaísta desencantado / otra versión del mismo artículo
El enigma de un pianista
Entrevista a Pascal Rogé
Satie por Yitkin Seow
Hermosa referncia. Casi como la música de Satie. ¡Gracias!
ResponderEliminarGracias por tus palabras, María Victoria. Un abrazo.
ResponderEliminarNo soy muy consecuente, Fernando, pero te hago visitas. A todos tus sitios.
ResponderEliminarY hoy ha sido día de visita.
Acabo de leer esta preciosa semblanza de Satie. Jugosa, como jugosa fue la vida y los trabajos de ese fenómeno irrepetible.
Un cordial y entrañable saludo.
Scaniello
Gracias, Scaniello. Y perdón por la tardanza.
ResponderEliminarescribes muy bien, fernando, muchas gracias,
ResponderEliminarun gusto leerte y lo que cuentas es todo verdad
(entre lo que también encontraron sus amigos fueron las cartas sin enviar, un paquete inmenso, a su novia, unico y profundo amor de su vida, suzanne valadon)
larga vida a su música
Muchas gracias, Ricardo. Es cierto: su único amor fue Suzanne Valadon. Y por ello ese hallazgo no podía sorprendernos.
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