Pasaron cinco días del cierre de la Feria del Libro y parece momento propicio para hacer un balance fuera del que, por razones de perspectiva, obediencia y, por qué no, convicción, ha hecho la propia Secretaría de Cultura de Mendoza.
Para los organizadores del encuentro, la feria fue, por todo lo alto, «un gran éxito». El músico Claudio Brachetta, coordinador de actividades artísticas, se puso al hombro este año la fiesta intentando volcar toda su experiencia en este evento que siempre está puesto a prueba.
La fiesta ofreció, en términos teóricos, algunas confirmaciones y algunas novedades, ambas en la línea de explotar lo más interesante que pueda tener una actividad como ésta, que en Mendoza no tiene las mismas directrices que la Feria del Libro de Buenos Aires, pues la capitalina es un buen negocio y ésta, a veces, una obligación.
Por eso es que Cultura repitió el predio múltiple para realizar la feria (ECA, plaza San Martín, edificio de la Secretaría), desechando opciones nuevas o fallidos intentos anteriores (Terminal del Sol, plaza Independencia, auditorio Bustelo). La privilegiada ubicación céntrica de la plaza parece que resulta un ámbito más accesible para el público, al menos en cuanto a lo que opinan los libreros.
¿Feria o librería?
Pero es justamente el papel de los libreros el que sigue «chirriando» en las ferias locales. Y esto porque cuando se habla de Feria del libro el acceso (la compra) de volúmenes es, por consenso, la excusa principal para estos encuentros.
Pero los stands que se ven ya desde el año pasado son escasos, tienen poquísimo atractivo (parecen de feria persa más que de feria del libro) y lo que uno encuentra allí no difiere de lo que está cuadras más allá, en los locales de las librerías, sea por títulos, sea por precios. Es así que la planta baja del ECA, que cobija a las librerías locales y a alguna que otra editorial de Mendoza, acababa siendo lo más anodino, cosa que de una vez se vio reflejado en el desinterés de los mendocinos por dejarse llevar por la apariencia.
Biblioferia
Mucho mejor lució esta vez el primer piso del ECA, con editoriales universitarias, otras venidas de algunas provincias (se destacó Audiolibros) y algunas peculiaridades que justifican su aparición en un evento así. En la misma línea de logros puede ubicarse a las bibliotecas instaladas en la Secretaría de Cultura, un modo de permitir que el público lea libros sin siquiera comprarlos.
Cuesta abajo
El espacio Indygentes (subsuelo del ECA), por su parte, no pudo mejorar: ofreció una vez más algunos de los stands y de los eventos más atractivos, pero no obstante ello, el propio espacio al que está destinado conspiró contra muchísimo público al que el clima irrespirable de un lugar caluroso y sin ventilación le resultaba insoportable.
El último tramo de este balance ha de estar destinado a las presentaciones de libros y charlas varias. Allí hay mucha madera para tallar. Por un lado, y a priori, el grupo de escritores invitados era modesto pero atractivo. Por otro, las presentaciones y actividades en general eran muchas y algunas también atractivas, aunque no siempre para el público. No todas las charlas o presentaciones pueden interesar por igual.
Pero lo que resulta increíble es lo que sucedió con Vicente Battista. El gran narrador argentino (que integró el grupo de invitados junto a, entre otros, Ana María Shua, Santiago Vega y Eduardo Sacheri) no sólo no pudo dar su charla, sino que jamás fue contactado en Mendoza excepto cuando se lo alojó en el hotel (y casi no, porque cuando arribó a él estaba mal hecha la reserva).
Fue así que Battista llegó a dar su charla, en lugar y hora pactadas (a las que llegó por que se las arregló, no porque Cultura estuviera al tanto de si le hacía falta algo) y delante de sus narices le cerraron la carpa y se fueron los encargados.
En limpio
Con este caso como testigo, vienen las preguntas: ¿para qué se le pagó a Battista el viaje en avión, el alojamiento, y el caché de 1.000 pesos si ni siquiera les iba a interesar que cumpliera con su charla? ¿Era sólo para hacerlo figurar? ¿Es así como los encargados de la feria rinden ante sus superiores la tarea realizada? ¿Y qué pasó con los escritores locales, a los se anunció que «algo» se les iba a pagar pero aún no ven ni un peso?
En fin, las respuestas a esas preguntas son las deudas puntuales de la Feria del Libro 2009. Pero el trasfondo de ellas (la irresponsabilidad, la superficialidad, la desidia) son más que deudas, pérdidas.
Fernando G. Toledo
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