El castigo al futbolista Luis Suárez es
desproporcionado e injusto si se lo compara con otros casos de agresiones más peligrosas.
Una mancha más para la impresentable FIFA de Joseph Blatter
Fernando G. Toledo
@fernandogtoledo
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Hay algo que al comediante inglés John Oliver se
le olvidó decir en su reciente y devastadora crítica contra la FIFA, el poderoso
superorganismo internacional que organiza, cada cuatro años, el evento
deportivo más atractivo de todos cuanto existen (la Copa de Fútbol). Si en su
ácida y risueña diatriba el también actor denunciaba las prácticas espurias de
la entidad que preside Joseph Blatter, olvidó subrayar un aspecto obsceno que
ahora padece el jugador uruguayo Luis Suárez: la FIFA tiene, entre sus muchos
brazos de poder, el de imponer justicia según sus propios reglamentos y con el
inobjetable arbitrio de su propio tribunal.
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El polémico delantero uruguayo acaba de
recibir una sanción que ha sido adjetivada como «durísima» por medios de todo
el mundo, y cuesta no estar de acuerdo con tal consideración.
Los hechos previos a la sanción son conocidos,
pero no viene mal recordarlos. En una jugada correspondiente al último partido
de la primera fase de su grupo, el enfrentamiento entre las selecciones de
Italia y de Uruguay (donde alista Suárez) vivió una incidencia de esas sobre
las que se ensañan la magnífica televisación del Mundial que se juega en estos
días en Brasil. En el área del equipo europeo, tras un breve forcejeo, el
delantero celeste agredió al defensor
Giorgio Chiellini con un mordisco a la altura de su omóplato izquierdo. El hecho
pareció confuso hasta que las imágenes de la televisión develaron las acciones:
según lo que puede verse, Luis Suárez asesta un rápido (pero sin dudas
incisivo) mordiscón a la espalda de Chiellini, ante el que este reacciona
arrojándose al suelo no sin antes defenderse con un codazo que no alcanzó a dar
en el blanco (la propia boca de Suárez). El uruguayo reacciona rápidamente y también
se arroja al suelo y se toca los incisivos centrales con gestos ampulosos,
quizá para dar a entender que todo se había tratado de un accidente. Como el
árbitro del partido no pudo ver el encontronazo, todo siguió sus carriles
normales, a pesar de las enfáticas protestas de Chiellini, quien con el hombro
al aire quería mostrarle al referí las marcas patentes de la dentellada.
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Todo lo que el árbitro no vio y todo lo que a
los castigos de los 90 minutos escaparon correspondió, luego, al engolosinado
trabajo de los directores de cámara y de televisación, que sumados a los medios
de comunicación, diseccionaron las acciones de Suárez y elevaron a los cuatro
vientos la pregunta latente: «¿Será sancionado de oficio?».
La respuesta vino días más tarde. En un hecho
no por esperado, sorpresivo por la magnitud, la FIFA suspendió a Luis Suárez
con un castigo pocas veces visto. Le impuso una suspensión de 9 partidos en los
que tiene prohibido jugar en cualquier competición. Al mismo tiempo, le
prohibió pisar siquiera cualquier predio en el que se esté desarrollando
actividad alguna del Mundial de Fútbol, y de hecho le quitó la posibilidad de
ver cualquier partido de fútbol oficial en los próximos meses. Por si esto
fuera poco (y ya que una oportunidad económica jamás es despreciada por este
organismo, aunque la manera de conseguir los réditos sea poco clara) lo conminó
a pagar una multa de 100 mil francos suizos, que equivalen (miles más, miles
menos) a unos 120 mil dólares.
La argumentación de la FIFA alude a su código disciplinario, que tiene una redacción tan ambigua que ciertamente uno no
entiende por qué es uno sólo el futbolista sancionado: «agredir a otro jugador»
y «haber cometido una ofensa contra la deportividad de otro jugador».
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Son muchos los aspectos a considerar. Primero
que nada, que la FIFA tome las imágenes televisivas como única prueba para
tamaña sanción, perjudicial para el jugador y para la Selección cuyos colores
defiende. Es cierto que las imágenes ofrecen buen detalle de lo que pasó (y por las cuales el agresor bien merece un castigo), pero
resulta increíble que el tribunal disciplinario no considere siquiera la
posibilidad de hacer testificar a los futbolistas involucrados para saber, por
ejemplo, si quizá la acción de Suárez no fue una reacción a una «ofensa
contra su deportividad» previa de parte del italiano.
Por otra parte, y lo que es más grave, el antecedente
que sienta la FIFA con esta sanción parece se volviera en contra de su propia
capacidad para impartir justicia, si se tienen en cuenta antecedentes cercanos
en el tiempo y otros un poco más antiguos.
Por ejemplo, no se comprende por qué la FIFA
no tomó como prueba testimonial para impartir castigos, las imágenes que con
la misma nitidez con que dejaron ver el comportamiento canino de Suárez, mostraron también las dotes de gladiador de Neymar, quien en el partido inaugural de esta competición,
propinó un codazo calculado, artero y violento contra su rival de Croacia, Luka
Modric. Si se tiene en cuenta el daño físico que puede provocar una agresión
como la del talentoso delantero brasileño (por ejemplo, la rotura de la mandíbula
del croata), la verdad es que no tiene comparación con la potencialmente menos
dañina capacidad de lastimar que tiene un mordiscón, que puede aspirar a lo
sumo a arrancar un pedazo de piel.
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Otra muestra de la desproporción de este
castigo comparado con otros aparece si uno recuerda la patada propinada por el holandés Nigel de Jong al español Xabi Alonso (Mundial 2010), castigada sólo
con una tarjeta amarilla. O, especialmente, el celebérrimo cabezazo que le dio el virtuoso francés Zinedine Zidane al defensor italiano Marco Materazzi, en la
final del Mundial 2006.
En estos últimos casos se exhibe más claramente la
desproporción de la FIFA con respecto a Suárez: una patada como la de De Jong es
capaz de quebrar el esternón. Un cabezazo como el de Zidane puede matar a la víctima, tal como aseveró en su momento uno de los más prestigiosos cardiólogos
europeos, Francesco Furnanello.
Sin embargo, mientras hoy la FIFA castiga al
sudamericano Suárez con nueve fechas de suspensión y 100 mil francos suizos,
ayer a Zidane le aplicó tres partidos y 7.500 francos. ¿Cuál es la razón para
tamaña disparidad? ¿La «animalidad» supuesta de un mordisco por sobre un golpe
con la cabeza o con el codo? ¿No debería hacer esa supuesta animalidad, al
mismo tiempo, más inofensiva la agresión, y por tanto, menos peligrosa o, en
otros términos, menos condenable?
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Cuando se habla en términos de justicia, la
desproporción en penas para actos análogos es lo más parecido a la injusticia.
La FIFA, mientras tanto, celebra un mundial vibrante y eso quizá ayude a que
(excepto para Uruguay) todo se olvide rápidamente. Está claro por qué: no hay
nada peor para las bestias gigantes que un pequeño animal sudamericano le
muestre los dientes. Se sabe: el pez grande siempre se come al pequeño.
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