Rebelde con y sin causa, Marlon Brando fue, sin
dudas, un hombre consecuente. Hizo siempre lo mismo: si resquebrajó los cánones
de la interpretación con su estilo propio y alimentado por los predicados de
Stanislavsky no fue tanto por convicción. Más bien fue porque actuar le
permitía ser.
Por ello, la decisión de participar en filmes
que harían historia (Un tranvía llamado deseo, Nido de ratas, Julio César, El Padrino, Último
tango en París) o en simples bagatelas (Free Money) no conspiraba contra su genio: de
cualquier modo, y más allá del nivel que alcanzara, Brando no mutaba en sus
personajes, sino que estos se acomodaban a su piel como si hubiesen estado
esperando el cuerpo correcto.
Nido de ratas (On The Waterfront, 1954), la
contradictoria balada de Elia Kazan sobre la explotación a obreros pesqueros,
es el mejor retrato de Brando en acción. Ni siquiera hace falta ver toda la
película para apreciar el genio del actor: basta con la escena en que camina
junto a la actriz Eva Marie Saint.
Brando, que se hace llamar allí Terry Malloy y la
juega de boxeador mediocre, coquetea con la bella rubia mientras pasean por un
parque. Hace frío y el segmento está rodado al aire libre, por eso la mujer
lleva un saco abrigado y guantes. Uno de esos guantes, en un momento, cae notoriamente
al suelo. Es un incidente que podría haber hecho apagar las cámaras y empezar
de nuevo, pero Brando atrapa la secuencia con un gesto tan intrascendente como
soberbio: recoge el guante, sigue hablando y juguetea con él hasta que se lo
devuelve a Eva Marie Saint, porque así lo habría hecho Brando-Malloy, porque no
hay disolución entre la realidad escrita en un guion y la realidad escrita por
la retorcida pluma del destino.
Cuando, décadas después, Brando interpretó un drama
trágico fuera de los sets (su hijo asesinó al novio de su hermana, quien tiempo
después se suicidó), recogió el guante e hizo lo que cualquier hombre, aunque
sea el mejor actor de todos los tiempos, haría: se hundió en su tristeza. Así
lo vimos hasta su muerte, la única instancia ante la que no se rebeló. Quizá,
porque tampoco aquí había que interrumpir la película.
Publicado el 3 de julio de 2004 en Diario Uno de
Mendoza.
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