miércoles, 2 de julio de 2014

Recoger el guante

Marlon Brando en Nido de ratas.

A Marlon Brando, in memoriam


Rebelde con y sin causa, Marlon Brando fue, sin dudas, un hombre consecuente. Hizo siempre lo mismo: si resquebrajó los cánones de la interpretación con su estilo propio y alimentado por los predicados de Stanislavsky no fue tanto por convicción. Más bien fue porque actuar le permitía ser.

Por ello, la decisión de participar en filmes que harían historia (Un tranvía llamado deseo, Nido de ratas, Julio César, El Padrino, Último tango en París) o en simples bagatelas (Free Money) no conspiraba contra su genio: de cualquier modo, y más allá del nivel que alcanzara, Brando no mutaba en sus personajes, sino que estos se acomodaban a su piel como si hubiesen estado esperando el cuerpo correcto.

Nido de ratas (On The Waterfront, 1954), la contradictoria balada de Elia Kazan sobre la explotación a obreros pesqueros, es el mejor retrato de Brando en acción. Ni siquiera hace falta ver toda la película para apreciar el genio del actor: basta con la escena en que camina junto a la actriz Eva Marie Saint.

Brando, que se hace llamar allí Terry Malloy y la juega de boxeador mediocre, coquetea con la bella rubia mientras pasean por un parque. Hace frío y el segmento está rodado al aire libre, por eso la mujer lleva un saco abrigado y guantes. Uno de esos guantes, en un momento, cae notoriamente al suelo. Es un incidente que podría haber hecho apagar las cámaras y empezar de nuevo, pero Brando atrapa la secuencia con un gesto tan intrascendente como soberbio: recoge el guante, sigue hablando y juguetea con él hasta que se lo devuelve a Eva Marie Saint, porque así lo habría hecho Brando-Malloy, porque no hay disolución entre la realidad escrita en un guion y la realidad escrita por la retorcida pluma del destino.


Cuando, décadas después, Brando interpretó un drama trágico fuera de los sets (su hijo asesinó al novio de su hermana, quien tiempo después se suicidó), recogió el guante e hizo lo que cualquier hombre, aunque sea el mejor actor de todos los tiempos, haría: se hundió en su tristeza. Así lo vimos hasta su muerte, la única instancia ante la que no se rebeló. Quizá, porque tampoco aquí había que interrumpir la película.








Publicado el 3 de julio de 2004 en Diario Uno de Mendoza.

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