Por Fernando G. Toledo
Quien quiera escribir una historia o quizás el guion para un
culebrón estándar de esos que tapizan las mediatardes en la TV , ya tiene el argumento
resonando en todos los medios.
En esta historia hay buenos y malos, aunque ninguno exagera.
En esta historia hay poder y una moraleja: no hay que manipular veneno puesto
que puede terminar uno mismo contaminado.
Esta historia tiene personajes concretos pero podríamos
disimularlos, para que nuestro culebrón se inspire en hechos reales sin fijarse
en uno particular.
Imaginemos a un periodista de chimentos, por ejemplo. O, a
dos. Su tarea, exitosa y a veces ciertamente bien realizada (dentro de las
reglas de juego de este espinoso ¿género periodístico?) consiste en ventilar
cuestiones privadas de personajes públicos. Escandaletes y rencillas,
discusiones, amoríos, embarazos no deseados, ataques de ira, hechos sin
importancia que pueden ser magnificados: todo vale para narrar mientras los involucrados
sean caras conocidas, en especial de la
TV.
Nuesto guion muestra a esos periodistas implacables,
temibles e impiadosos, haciendo su trabajo y ganando fama, ellos mismos, con su
labor. Pero en un vuelco de la trama, casi al mismo tiempo, ambos «villanos» se
ven obligados a beber de su propia medicina. Acostumbrados a tratar la vida de
otros casi como un juego de ficción, sienten en su propio pellejo lo que
significa que sus vidas se conviertan en la comidilla de los chismes. Uno puede
haber roto con su novia por una truculenta infidelidad, el otro puede haber
tenido un hijo extramatrimonial.
Pero podemos hacer que esta aventura no tenga un final
edulcorado, sino realista (o «rialista»). En definitiva, ellos son los
principales propaladores de estas noticias. Ellos reciben una lección
implacable, pero no la aprenden. Y todo sigue siendo igual, como en Ciudad
Gótica (quizá sea apropiado el símil): un lugar donde, después de que Batman ha
ganado una batalla, simplemente debe prepararse para la guerra que viene. Porque abundan los villanos.
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