La literatura ha sido la gran fuente de la que el cine, arte centenario aunque siempre “naciente”, ha bebido desde sus inicios. Pero el cine argentino parece que aun hoy, aún de a poco, va dándose cuenta de cómo puede nutrirse de sus propias letras.
El martes [8 de setiembre de 2009] llegarán a Mendoza Leonardo Sbaraglia y Marcelo Piñeyro, actor y director de Las viudas de los jueves, cinta que se estrena el jueves y cuyo argumento es una adaptación de la novela homónima escrita por una autora de apellido casi homónimo al del director: Claudia Piñeiro.
El gesto del cineasta es hábil y veloz: se trata de tomar una gran historia, de gran actualidad –la inseguridad en el precario paraíso de los countries– y publicada muy recientemente (fue Premio Clarín 2005). Hollywood tiene ese mecanismo mucho más aceitado y así es como más de una vez los escritores, antes de publicar su novela, ya han vendido los derechos de adaptación a algún estudio de renombre.
Veremos cuál es el resultado (Piñeyro, el director, sabe adaptar buenas novelas: lo hizo con Plata quemada, de Piglia, también a poco de su publicación), pero si muchas veces los espectadores padecemos la anemia de buenos argumentos, no es mala idea traducir en pantalla grande las historias que fascinan desde el papel.
Si Las viudas de los jueves es todavía una incógnita, la que es en cambio una certeza es El secreto de sus ojos, la película que va por su tercera semana en cartel y aún es el centro de los comentarios de todo aquel que la ha ido a ver y quiere recomendarla enfáticamente. Y con justa razón.
El secreto..., por supuesto (ya que de ello hablamos en esta columna), hunde su raíz también la literatura argentina, en este caso, en un libro de Eduardo Sacheri llamado La pregunta de sus ojos. Pero hay que ser justos: la cinta de Juan José Campanella es algo más que una gran historia. Es una película inmensa, perfecta como un círculo, “demasiado buena para ser argentina”, como oí decirle a un pirrónico espectador sorprendido al salir de la sala.
Lo mejor de El secreto de sus ojos es que se trata de una película de una complejidad abrumadora pero que jamás comete el error de enredarse en el laberinto de su hechura, puesto que siempre, en todo momento, la narración es la que manda. Así, Campanella se florea con numerosas muestras de maestría, sea para combinar con dosis exactas el suspenso, la comedia, la acción o el drama moral, sea para ofrecer prodigios técnicos como la inolvidable secuencia en la cancha de fútbol.
Campanella sabe, además, que a las buenas historias no sólo hay que contarlas bien, sino “encarnarlas” bien, y allí también encuentra El secreto de sus ojos otro de sus pilares: en las actuaciones de Ricardo Darín, Soledad Villamil o Guillermo Francella (sólo un poco más abajo en el nivel, Pablo Rago). Si Villamil encanta con su voz y mirada y Francella seduce jugando un papel de clown triste (es un borracho perdido), Darín sin embargo da cátedra una vez más. Es cierto: el personaje parece trazado sobre su piel, pero la composición de su Benjamín Espósito es una verdadera clase de lo que tiene que hacer un intérprete para destacarse sin excesos. Si de lecciones se trata, quizás El secreto de sus ojos siente cátedra definitiva: las historias que queremos en cine quizá ya estén impresas. ¿Entonces? A leer. A rodar.
Fernando G. Toledo
Artículo en Diario UNO.
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