viernes, 15 de julio de 2011

El mundo es un niño todavía



Por Fernando G. Toledo

Takeshi Kitano es, hoy por hoy, el director sobre el que el mundo cinéfilo tiene puestos los ojos. Poeta de la violencia, ex clown y músico, Takeshi (o Beat Kitano, según se presente como actor o como director) ha encandilado la rutina del cine industrial con una obra que va llegando tardíamente, pero que no pierde un ápice de su hipnosis: planos rítmicos, cámaras quietas o leves, algo de realismo y una interpretación actoral que tiene algo de Buster Keaton y un poco de un posible Humphrey Bogart gansteril. Sonatine, Violent Cop y, sobre todo, la lírica Flores de fuego son las piezas maestras que los argentinos hemos podido sorber de este verdadero maestro.
Con El verano de Kikujiro, Kitano recupera una vieja faceta y hace una pausa entre su cosmología de la violencia, para contar una historia sencilla, con esquema de road-movie y aires de neorrealismo salpicado de carcajadas surrealistas.
En el film, el niño Masao (Yusuke Skiguchi) vive con su abuela pero sueña con descubrir la verdad sobre su madre, a quien no ve desde que era un bebé. La soledad del aburrido verano desespera más a Masao y decide viajar a un destino posible de esa madre. Para ello, se asocia con Kikujiro (Takeshi), un amigo de la familia que es un verdadero bruto: ignorante, torpe, matón e irreverente.
La película se dividirá en dos partes, la primera de la búsqueda de la madre, que derivará en una dolorosa decepción, y la segunda la del regreso al lugar de partida, llena de una alegría construida con esmero por el indescifrable Kikujiro.
La mirada de Kitano hacia el mundo en este film es increíblemente infantil, inocente y también poética, El director propone una aventura que se divide en capítulos que parecen salidos de un cuento, y el mundo mismo toma la forma de un niño, en su carácter, en sus actitudes, en el comportamiento de sus habitantes.
El tosco Kikujiro, de paso, alcanza niveles de ternura inesperados, que quedan expuestos en su totalidad en el «circense» segmento final, en el que a esa visión se acopla la pequeña galería de personajes, que tienen durante tres días un único objetivo: hacer feliz a Masao.
El camino de El verano.., resulta, al final, doblemente exitoso: la pareja protagónica deja sentada una amistad única, construida sobre el altar de la alegría. Del otro éxito somos nosotros los partíci.pes: ahí estamos, en la sala oscura, vi- viendo en un universo que, Kitano nos dice, es pequeño todavía, y espera de nosotros la felicidad.

Publicado en Escenario de Diario UNO el sábado 19 de agosto de 2000

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