miércoles, 13 de julio de 2011

Una cárcel reconocible


Por Fernando G. Toledo

Allí enfrente está el escenario y encima de él, dos de las figuras más populares de la escena nacional. Y sin embargo, hay algo que incomoda, que produce escozor, que provoca una risa amarga y un dejo de pudor si de reírse con toda la boca se trata.
En El prisionero de la Segunda Avenida (se presentó el sábado y el domingo en el teatro Gran Rex), Neil Simon narra una historia cotidiana de un matrimonio neoyorquino que sobrevive a los duros años ‘60. Alex (Carlos Calvo) tiene 47 años y acaba de quedarse sin empleo. Por eso está iracundo, insoportable, y se las agarra con los vecinos, con un perro que ladra y hasta con su mujer, Any (Georgina Barbarossa), la única que lo soporta y lo mima.
En ese marco desesperante, en el que la ciudad acosa a todos con la violencia y los asaltos, y en el que la falta de dinero comienza a carcomer los cimientos de dos personas felices por su pertenencia a la clase media, Calvo y Georgina aportan, más que la composición, la adecuación de los personajes a sus propios caracteres. Los papeles no exigen otra cosa y Norma Aleandro, la directora, sabe amoldar el carisma de ambos a las paredes de ese departamento asfixiante de la Segunda Avenida. El problema físico de Calvo (sufrió una hemiplejía) es excusado por un supuesto accidente de su personaje y Georgina entrega en despliegue corporal todo lo que le falta a su compañero.
Las cuatro escenas parecen hacer avanzar una historia que, en realidad, está estancada. No hay salida, sólo anécdotas: en un momento Any consuela a Alex, en el otro se invierten los roles. Aparecen los hermanos de Alex y hay una simpática y amarga escena final. La identificación con la realidad actual de nuestro país es tristemente ineludible, y si a veces el ritmo decae por cierta displicencia en la utilización del espacio escénico, los dos actores sostienen en sus cuerpos esa pesadumbre que está en el texto, está en la cárcel de la Segunda Avenida, pero también de este lado, en estos tiempos, en esta realidad.


Publicado en Escenario de Diario UNO el 3 de julio de 2001.

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