«Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada: la justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la Divina Potestad, la Suprema Sabiduría, y el primer Amor. Antes de mí no hubo nada creado, a excepción de lo inmortal, y yo duro eternamente. ¡Oh, vosotros que entráis, abandonad toda esperanza!»
Inscripción en las puertas del Infierno, según Dante.
Por Fernando G. Toledo
Aun en tiempos como el nuestro, cuando el arte puede parecer una futilidad para los intereses mundanos, hay artistas que desde siempre han proyectado su sombra, o más bien su luz, sobre el inconsciente colectivo de la humanidad.
Desde 1307 (año en que se supone que comenzó la escritura de la Divina comedia) Dante Alighieri es uno de esos artistas a los que su raza, la humana, le debe casi genéticamente una concepción poética y alegórica del mundo sin discusiones, al menos estéticas.
La Divina comedia es ese tipo de obras tan cautivantes como inaprensibles, a las que los artistas de todos los tiempos le han rendido tributo. Desde Miguel Angel hasta T.S. Eliot, desde William Blake a Gioachino Rossini o Robert Schumann, desde Sandro Boticeui a Franz Liszt y a Jorge Luis Borges, los grandes genios han elevado su arte en honor al gran genio.
Si el cine y la televisión se vislumbraban como lenguajes esquivos para la remterpretación de esta obra maestra, no obstante, ha tenido dos kamikazes artistas que se atrevieron a pronunciar con imágenes en movimiento la lírica de Dante.
En 1989, el Channel 4 inglés ofreció a Peter Greenaway –el desbordante, polémico ya veces odioso director de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante–, la producción para realizar una miniserie televisiva a partir de la Divina comedia. El reto fue aceptado por Greenaway y también por el director chileno radicado en Francia Raúl Ruiz.
El resultado, A TV Dante, se verá desde hoy y todos los viernes de julio por la señal Canal (á) de Supercanal.
A TV Dante traduce a la exuberante estética de Greenaway los cantos I al VIII del Inferno, primera de las tres partes en que se divide la Divina comedia.
A partir del famoso axioma del director de El vientre de un arquitecto («El cine está aún por inventarse»), la pelicula realizada en video respeta escrupulosamente el texto en su traducción al inglés, que es recitado íntegro en off, y muestra a Dante (interpretado por Bob Peck) y a su guía, el poeta latino Virgilio (en la piel del recientemente fallecido sir John Gielgud), internándose por el infierno para conocer y recorrer todas las barbaries eternas que contienen los nueve círculos, donde sufren los condenados.
El método que elige Greenaway no es el de la superproducción, sino uno que tiene más que ver con su idea de nuevo cine (o de no-cine): Gielgud y Peck son mostrados como talking heads («cabezas parlantes»), sobre las pinturas del artista Tom Philips –que figura como codirector del film— y sobre una recopilación de imágenes documentales diversísimas.
A este estilo, que reúne las expresiones de la publicidad, el cine, el video-arte, la plástica y la fotografla, se le suma un toque documental, con los equivalentes a las citas al pie de cualquier edición moderna de la Divina comedia. Greenaway elige los cuadros insertos en la parte inferior de la pantalla (recurso que luego utilizaría con dispar suerte en La tempestad) y en los que aparecen diversos especialistas —desde psicólogos y lingüistas a médicos y corredores de bolsa—, que comentan los momentos del poema.
Raúl Ruiz tomó una posición diametralmente opuesta a la de Greenaway para completar (con los cantos IX al XIV) el Inferno. En su fragmento, el director agrega una alegoría más a la inacabable alegoría de la Divina comedia e imagina al abogado Dante Flores (Francisco Reyes), que llega a Santiago junto a su amigo Virgilio (Fernando Bordeu), tras un prolongado exilio.
El director convierte a la capital de Chile en la dantesca Dite (o Dis), en la que los desaparecidos de la dictadura se levantan de sus tumbas y los cancerberos devoran cuerpos humanos, mientras los representantes de la burocracia comen en sus platos restos de las víctimas.
Ruiz intenta mostrar así lo que decíamos al comienzo: la alegoría de Dante es infinita y abarcadora. Ya veces uno quisiera que su infierno sólo quedara como un disfrute eterno, pero que no salga jamás de sus páginas inmortales.
Publicado en Escenario de Diario UNO el viernes 14 de junio de 2000.
Fernando: muy buena esta recolección de artículos antiguos que, del papel, pasan a la virtualidad.
ResponderEliminarInternet: el archivo que no ocupa lugar ni junta tierra.
¡Exacto! No quiero tirar todo este pasado escrito a la basura, así que por lo pronto lo estoy rescatando por esta vía.
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